Una histeria innecesaria, así como descabellada, abandoné cuando te vi. 
Sentí estragos en el pecho, del más loco frenesí. 
Abundancia de promesas, y una súplica de ayuda para ir juntos a la luna. 
Pasional como sutilme arrebataste el cielo y lo adornaste. 
Y con el tiempo me enseñaste qué es el amor, y que en la cama no hay restricción. 
Hoy sé que no debe existir placer como admirarte reír. 

Tu espalda, que este día, ha de ser andén del tren que me lleva hasta el edén. 
Tendré que enterrarme en el sol para volver a sentir ese calor.

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